Alejandra, Richard y Marco Sanz nacieron en Rueda y representan la sexta generación de una familia que es sinónimo de tradición vitivinícola en la región y que ahora cumple su bicentenario.
Hace 15 años decidiron emprender su propio camino, pero con el legado que sus antepasados les han enseñado siempre presente. Esa herencia está basada en el cariño hacia su tierra, su entorno, hacia sus tradiciones y hacia las prácticas culturales históricas.
Bodegas Menade se creó en el año 2005 debido a la necesidad vital de crear un futuro inspirado en el pasado, desde la interpretación de personas arraigadas al terruño. La visión de los hermanos Sanz está basada en una absoluta querencia por el suelo, por la uva, por fauna y la flora que puebla las viñas de sus tierras.
Aman la Verdeja, una uva que ya existía en el siglo XIII, procedente de cepas centenarias cuidadas por sus ancestros. Para mantener y expresar esa autenticidad, su personalidad, el alma de su familia, trabajan una viticultura tradicional sin renunciar a la tecnología: la experiencia, la investigación, el trabajo, las labores preventivas con infusiones naturales de plantas aromáticas u ozono, los animales de la Granja Menade y una alianza vital con los ecosistemas son las claves para crear vinos eco-lógicos y sinceros, en consonancia con el clima, el carácter de la añada y el suelo de sus parcelas.
Una viticultura orgánica que sólo es posible gracias al profundo conocimiento de sus propias fincas, de donde únicamente proceden las uvas para los vinos de Menade. Vinos de paraje, originarios de parcelas arcillosas, arenosas, pedregosas y calcáreas a más de 750 metros de altitud. Conocemos nuestras cepas como a un miembro más de la familia, empatizan con ellas, las observan y entienden. Este contacto cercano y continuado les permite adelantarse y comprender sus necesidades.
Toda la filosofía aplicada al viñedo continúa durante el proceso de elaboración en la bodega. La sostenibilidad medioambiental es un deber.
Han recuperado elaboraciones históricas, esos vinos con crianza biológica y oxidativa que aromatizaban las cuevas bajo el suelo de La Seca; vinos blancos de larga guarda que se afinan ante el inquietante paso del tiempo. Vinos en estado puro, sin maquillaje, que nos recuerdan a los emocionantes días de vendimia, a sus vivencias de la infancia.
La coherencia, la armonía y el equilibrio son las bases para retornar al origen después de dos siglos.

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